Este mes voy a
hablar sobre Aitor Ortiz . Es un fotógrafo bilbaíno que desde el 31 de enero
presenta sus fotografías en la Sala Canal. La retrospectiva consistente en 50
fotografías la ha titulado Verweilen, un término alemán que significa
permanecer, y que para el artista alude a lo descubierto con una mirada
minuciosa.
La exposición, comisariada por el editor, crítico de arte
y comisario David Barro, incluye piezas correspondientes a diferentes series
con las que Ortiz ya ha visitado otros grandes centros como el Guggenheim o el
Swedish Museum of Photography (2012). Hay piezas de la serie Desestructuras
(1995), en las que mostraba un interés por la arquitectura, centrándose
plenamente en la propia forma. También de Modular (2002), a partir de la unión
de varias fotografías. De Muros de luz (2006), centrada en el mármol, que
aparece como protagonista de escenarios ficticios. Otras de Amorfosis (2007),
en la que se mezclan las visiones del material a fotografiar como arquitectura,
escultura e instalación. La serie Millau (2008), de imágenes que realizó en el
viaducto del Millau sobre el río Tarn, en el sur de Francia. Y Espacio latente
(2008) y la última serie, Net, en la que trabaja fotografiando (analógicamente)
mallas metálicas y que presenta por primera vez.
Viendo su trabajo descubres que casi todo son desnudos de
ciudad, arquitecturas despojadas de cualquier vestimenta o adorno penetradas
por la luz, espacios abiertos a la intemperie, deseos de hormigón frustrados, y
hasta construcciones prostituidas, abrasadas en una fría madrugada de invierno,
marchitadas hasta el derribo, como el edificio Windsor de Madrid. También hay
retazos de sensualidad, oquedades, curvas y protuberancias sugerentes… Todo un
universo de erotismo arquitectónico en blanco y negro.
Los críticos afirman que la de Ortiz es una mirada
deconstructiva, como si mirara a las estructuras con los ojos con los que
Jacques Derrida miraba un texto, y rebuscara hasta el átomo en esas
edificaciones asépticas y, una vez encontrado el elemento clave, esa fragmento
esencial, lo utilizara para construir su propia obra. La arquitectura, a fin de
cuentas, no es más que una excusa, un punto de partida circunstancial, un
lenguaje con el que hablar.
“Yo no intento documentar la arquitectura sino sugerir
otras experiencias desde ella. Lo que me interesa precisamente son esos
espacios entre la representación y lo representado. Lo que, si no miramos con
intención, no se ve a simple vista”, explica cuando la exposición está en pleno
montaje en ese depósito de agua del Canal de Isabel II, ya convertido en una
sala circular de cuatro alturas. El espacio parece hecho ad hoc de la muestra,
o al revés. Las grandes imágenes, las esculturas y las instalaciones encajan a
la perfección en ese cilindro de hormigón por el que se asciende con escaleras
de hierro. Hasta el punto de que, como viene siendo habitual en este artista
—gran premio de honor de la Bienal de arte de Alejandría (Egipto) y primer
premio Villa de Madrid de fotografía—, Ortiz le rinde su particular homenaje.
En la primera planta puede contemplarse una fotografía de
la cúpula del depósito y de su imponente estructura metálica radial. En la
última, la obra de Ortiz es la misma imagen pero en tamaño real, ya que lo que
ha hecho es convertir el suelo en un gigantesco espejo. De tal modo que el
visitante verá lo mismo mirando hacia arriba y hacia abajo.
“Trabajar en blanco y negro me genera una distancia, una
asepsia para observar las imágenes”, comenta. “Y tampoco quiero que se perciban
los elementos arquitectónicos como algo efímero. Estamos viendo hormigón,
piedra, pura estructura y la información del color, lejos de aportar algo,
contamina y distrae”, asegura.
En conclusión, cuando decimos que Córdoba se nos queda
pequeña deberíamos pensar que un buen fotógrafo sabe ver escenas llenas de
elementos compositivos que otros no ven.