Miradas cruzadas
El espacio expositivo no es el único territorio común de Pepe Mateos y Tony Valdez. Comparten también el interés por la mirada.
La FotoGalería del Teatro San Martín exhibe estos días trabajos de dos fotoperiodistas en dos muestras con nombre fuerte: Fractura expuesta , de Pepe Mateos, que reúne una serie de 24 fotos que tomó en coberturas en el diario Clarín entre 2001 y 2011 y que se presenta en simultáneo en Casa de América de Madrid, y 50.Retratos.30, de Tony Valdez, una serie de medio centenar de retratos, realizados para medios nacionales e internacionales durante los últimos treinta años.
Pepe Mateos tiene la capacidad de meterse de lleno en los conflictos sociales para señalar la herida y, en un solo movimiento, dejar ahí expuesta la fractura social. Lo hace captando sutiles cruces de miradas, gestos amasados por la furia o el dolor, sombras de la vida. Cada imagen es fotoperiodismo puro, duro y poético. La mirada ida y el cuerpo como coraza de ese hombre que parece salido de una pintura de Otto Dix, en la estación de Glew, en medio de un paro de trenes. O esas dos mujeres del comedor popular de la Villa 31 en una especie de “Sin pan y sin trabajo” contemporáneo. Y qué decir de los pasajeros cruzando las vías del ferrocarril, escapando, entre el humo denso: una foto potente (en la que no se muestra el fuego) que fue tapa del diario.
A Mateos le tocó cubrir muchos incendios en trenes y en villas. Sus fotos son efectivas, precisas: ahí está ese hombre en primer plano abandonando el asentamiento en llamas de Bajo Flores donde cientos de vecinos quedaron sin casa. Lleva un toallón al cuello, carga un parlante y un par de bolsas chicas de nylon: es todo lo que le quedó. Y esa foto condensa toda una vida.
Las fotografías de Mateos son fragmentos que reconstruyen la última década. Son imágenes que conmueven, perturban, sublevan. Nunca anestesian. Tienen una potencia singular porque son parte de nuestra historia compartida. Y a veces, cuenta Mateos, por más que quiera, no puede olvidarlas.
Hay fotos que son como escenas de películas. En muchas se evidencia el vértigo de la cobertura y simultáneamente la precisión de la imagen que no necesita epígrafe. Algunas devinieron testimonio y prueba irrefutable. Ahí está una de las fotografías que capturó en el hall de la estación de Avellaneda. Mateos tomó más de 200 imágenes, que, junto a las de otros fotógrafos, fueron incorporadas a la causa. La secuencia mostró la entrada del ex comisario Alfredo Luis Fanchiotti en la estación de Avellaneda y los instantes finales de Darío Santillán. En la foto expuesta se ve al ex comisario apuntándole, itaka en mano, a Santillán, parado junto a Maximiliano Kosteki agonizando en el suelo. Además de suministrar las fotografías, Mateos declaró como testigo durante el juicio oral por la masacre.
La de Avellaneda es una de esas vivencias que, cuenta Mateos, se le quedan ahí, pegadas bajo la piel. Hubo otras con esa misma intensidad: la cobertura del 19 de diciembre de 2001 en Plaza de Mayo, en un momento en que estaba tomando fotos en otras secciones, como la de moda. Cuenta Mateos que estaba en la plaza y pensó que aquella jornada tenía que fotografiarla. Fue al diario a buscar el equipo: cuando volvió, la represión ya había comenzado. Y en 2009, una semana antes del veredicto del juicio por la tragedia de Cromañón, cuando entró en el local incendiado: “Las paredes estaban llenas de hollín donde quedaron grabadas las huellas de los cuerpos y las manos buscando la única puerta de salida en la oscuridad”, recuerda Mateos de esa foto que fue tapa del diario.
En algunas fotos hay cruces de miradas sublimes, como el de esas damas que toman el té en Las Violetas y las mujeres de sectores populares en la calle o el de la “mala junta” de sacerdotes y oficiales. A unos pasos, un chico inolvidable mira de frente al espectador en el incendio en Villa El Cartón. “Me fascina esa dinámica de los grupos que están ligados por algo que no puede definirse, algo invisible”, dice el fotógrafo.
Tony Valdez, por su parte, cuenta que los retratos le permiten mostrar una faceta menos conocida de su trabajo. Le gusta tomarse su tiempo, lograr cierta empatía con el personaje a fotografiar. Valdez también viene del fotoperiodismo. Cubrió las jornadas de protesta contra Pinochet mientras estaba en el gobierno. Hizo un ensayo fotográfico sobre el HIV poniendo el foco en la vida cotidiana de Roberto Jáuregui. Estuvo en El Salvador cuando terminaba la guerra civil y en el Amazonas boliviano durante la quema de cultivos de coca cuando intervinieron por primera vez los marines americanos.
Para esta muestra seleccionó medio centenar de retratos de los últimos treinta años. Valdez pone en el centro de sus fotografías la mirada: ahí, intuye, se devela y rebela lo más íntimo. Un núcleo estructural a veces ominoso, a veces trágico; en todos los casos, atractivo. Son fotografías tomadas en la Argentina para medios gráficos nacionales e internacionales, con distintas técnicas que van desde una cámara con cajón pasando por una digital hasta un iphone. Por ahí desfilan personajes del arte, la literatura, el cine, la política: George Soros, Andrés Calamaro, Lito Nebbia, Guillermo Kuitca, Raúl Alfonsín, Rep, Daniel Melingo, Francois Mitterrand, Salman Rushdie, Mijail Gorbachov, Luciano Pavarotti, Martin Parr, Fito Páez, Moshen Rabbani, el Tata Cedrón, Isabel Martínez, entre otros.
Hay primeros planos intensos: Alfredo Yabrán mirando hacia arriba (los bordes del negativo sin retocar provocan un efecto extraño), la expresión torva de Rico que se cruza a unas fotos de distancia con la mirada de Werner Herzog, transparente, de águila, dirá con precisión Valdez. Y un primerísimo plano de Bussi que impresiona: los ojos desorbitados de furia.
Más allá, Maradona, completamente abstraído, sonriendo solo mientras camina después de un entrenamiento. Otros, en cambio, posan. Hay tiempo para arreglarse, sí, pero, uno intuye, pocas posibilidades de controlar la mirada, el gesto. Como si la propia piel, frente a la cámara, los abandonara.
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